sábado, 18 de febrero de 2012

Continuidad en los parques

Traté de advertirle, varias veces me puse en su camino a lo largo de la

semana. Un par de veces me tomó en sus manos y volvió a dejarme, agobiado

por el trabajo. Una vez me metió en el maletín para leerme en la hora del

almuerzo y ahí estuve tres días. Estaba ansioso cuando comenzó a leerme

¿Cuánto faltaba? ¿Unas horas? Los minutos en el tren me perecieron eternos

¡Olvídate de los preliminares! Quise gritarle ¡Sáltate al final! Muy lentamente

llego a las últimas páginas. En la alameda una sombra se movía entre los árboles,

sus pasos se perdían en la hierba seca y el murmullo del viento. La puerta de

entrada se abrió sin ruido mientras yo le decía que estaba solo en casa.

Primer escalón, vamos, apresúrate, ya está cerca, segundo

escalón, no hay tiempo ¡Vamos! Tercer

escalón, termina de leer rápido, el

mayordomo no está y ni siquiera el

perro acudirá a tus gritos, décimo

quinto escalón, la puerta se abre.

Las manos le tiemblan mientras

acaricia el terciopelo

verde ¡Vamos, huye! Pero no se

mueve, el frío del puñal ya se

siente en la garganta. Un

sonido seco se escucha

en el piso y un último

gemido sale de

su garganta.







Receta para un buen café



Pocas veces nos damos el tiempo necesario para disfrutar de uno de los más grandes placeres de la vida: una taza de café. Se coloca agua suficiente en la cafetera y se engulle el contenido de la taza sin rozar apenas las papilas gustativas. Es una pena.




Comer despacio, darse un minuto para relajarse o disfrutar de una bebida caliente son pequeños goces que el hombre ha considerado innecesarios y pérdida de tiempo, por no decir poco productivos. Luego van al psicoanalista porque se vuelven locos con el vertiginoso ritmo de vida que llevan. Arrojan a manos ajenas el dinero que ganaron en ese momento que pudieron darse un respiro. Eso sí es productivo.


Los invito a sentarse un momento, sin televisión, sin radio, tal vez sí un libro, y una taza de café. Quince minutos, solo eso.

He aquí una manera de hacer un café muy rico.


Se pone a hervir un poco de agua en una cacerola a fuego alto, la necesaria para la taza. En ella se va mezclando una cucharadita de café, dos de azúcar, un par de gotas de vainilla y un chorrito de leche. Se bate el contenido hasta que esté espumoso, solo un poco. Luego se vierte el agua desde una altura de diez a quince centímetros de la taza para que espume. Es importante que se vierta el agua justo antes de que empiecen a salir las burbujas, así saca más espuma. Se puede agregar un poco más de leche (puede batirse previamente en un vaso para que sea más espumosa) y se decora con canela en polvo. Se toma bien caliente.


La preparación toma unos dos minutos, y el placer de tomarlo, el resto de la vida.


viernes, 26 de agosto de 2011

Domingo de enero

No hay nada como el desierto a las seis de la tarde

El olor de los chetos se impregna en la nariz y las nauseas se agarran con sus pequeñitas uñas en la boca del estomago y en la garganta. Quisiera estar aquí cuando oscurezca, atravesar esas huertas de varejones monocromáticos, las pequeñas lomas áridas y la planicie hasta donde se acaba la arena. Dice mi hermana que le estresa no ver montañas, yo digo que está acostumbrada a vivir en un mundo tan pequeño que ahora se siente desnuda, pero la verdad es que yo también extraño lo verde y mataría por una manzana.

Siempre que pensaba en el desierto, pensaba en cactus y en dumas, mayoritariamente no juntos. Ahora siempre que piense en desierto pensaré en un trasero molido.

Todo se ve tan muerto que te entra la tristeza de poco en poquito. Es bien curioso que todo por aquí parece silvestre, hasta la gente, o será por el miedo que te meten antes de subirte al avión. La ciudad está construida junto a un montón de colinitas negras, aparece de la nada y se desaparece igual, das la vuelta y tras de ti sólo queda desierto.

No hay color, hay mucho gris, y mucho blanco, y mucho amarillo, pequeñitas motas de verde y café, demasiados árboles muertos, quemados. El sol es suave, se siente bien en la piel, al igual que el aire y el frío.

Quería ver nopales y cactus, tal vez huisaches, pero encontré arbustos, falos ponzoñosos, arena y mucho sol, mucho sol, demasiado sol. Quema los ojos. Veo montañas, pero son negras y están muertas. Es extraño ver lagunas y en las orillas la tierra reseca, muchas cosas aquí son extrañas.

Un gusano pasa junto a nosotros, va lento, más lento, pero no lleva gente en su lomo ¿Está frío o caliente? Va dejando un rastro por donde pasa ¿Es el vaho de su respiración o sólo el humo de su caldera?

Muchas cosas aquí son extrañas…

martes, 3 de mayo de 2011

Dulce tristeza





—Noviembre es mi mes favorito





Y dejó que las hojas de su pelo se soltaran, y al viento, sus mechones tomaron la forma de enredaderas.







domingo, 3 de abril de 2011

Sueños

Anoche soñé que pintabas

Limpiamente,

mi piel se abría en tu contacto

suave,

y pintabas en lienzo de carne.

Silenciosos, los pinceles de tus dedos marcaban líneas

rojizas de tinta negrazul

verde

morada…

Anoche soñé que me pintabas,

tu caricia en mi espalda

dulce como mordida

Y sonreíste

labios de miel, miel púrpura

espesa, coagulada en tus comisuras

destilada de mi ombligo.

Anoche soñé que me pintabas

¿Y eso está bien?

Parece bien

Siente bien

Es bien

Anoche soñé que pintabas

Los pinceles de tu boca, de tus manos,

grabando al unísono

gotas de euforia

en el vaso donde guardo la magia rota de mi ser

Anoche soñé que me pintabas

y desperté llorando.

Petit Mort


Todo era un juego, dulce y delicioso de niños que se exploran, que se tocan, que se babean. Tomándola en sus manos como se toma al deseo, la suspiró en unmurmuro interminable, se hundió en su olor
de café, de campo y de nuez, sonriéndole al
so-spiro de su bo
ca, a ese beso que
colgaba
de sus comisuras y que le era tan difícil
alc
anzar.Y tuvo miedo, miedo de
adentrarse en
sus carnes de madonanegra,
en su
sudor, y de perderse en su
sonrisa de dulce azalea...

domingo, 27 de marzo de 2011

Fragmento


...Me sonreía, con su sonrisa azul y verde, los mechones flotaban a su alrededor mezclados con los míos, con las yemas acarició delicado los contornos de mi rostro, metiendo los dedos en las heridas, una carcajada salió de su boca y yo no sabía porque se reía, sus manos me tomaron del cabello y me besó. Su lengua me palpaba, exploraba en mi interior con curiosidad, a mi me causaba gracia y lo dejé hacer, me agarré fuerte de su cuello para que la corriente no me llevara flotando lejos, no quería irme lejos. Una de sus manos terminó de quitarme el camisón y sus dientes mordieron mi boca, juntó sus piernas con las mías, las enredó bajo el agua y seguimos flotando con los brazos, desnudos, riéndonos del otro. Nos bañábamos con agua y con saliva, chupaba las sombras de mi cuerpo, como queriendo alcanzarlas con las boca, pero las sombras se movían, corrían dando vueltas por mi cintura y no se dejaba atrapar. Me sacó la lengua y me agarró de la cadera, me clavaba los dedos en los costados, en la cintura, en las axilas, me hacía cosquillas y me dolía, pero reía de todos modos. Dimos muchas vueltas con las pieles pegadas, giramos hasta sentirme mareada, luego él me besó en el pecho y en el ombligo, acariciaba entre mis piernas y entre mis brazos, yo reía y le gritaba que parara, que me hacía daño, pero no era cierto y él lo sabía, sabía que me gustaban sus juegos.

Me besó de nuevo, una y muchas veces, quería sentirlo sobre mi piel y junto a mi pecho. Nos palpábamos, explorábamos en el otro las texturas de la tierra y del aire. El agua se sentía pesada en mis hombros, lo veía borroso, pero entonces él me besaba y me daba un poco de vida en cada exhalación.

Sus manos me abrazaron y me acercaron a su cuerpo, por primera vez sentí dolor, un dolor que comenzaba en el inicio de mis muslos y terminaba en mi vientre ¿Por qué me lastimaba? Suavemente tomó mi rostro y besó mis ojos, mi frente y mi boca. Lentos nuestros cuerpos se movían, bailaban bajo el agua, nos dejábamos arrastrar un poco por la corriente y luego girábamos de nuevo, ya no notaba el dolor, sólo lo percibía a él.

Con sus dedos rodeó mi cuello y lo apretó fuerte, jalaba mi cabello y luego lo soltaba. Yo lo sentía mucho en ese momento, en el lugar donde nos uníamos, tomaba un poco de él con las uñas cada vez que se adentraba en mi; rodeé su cadera con las piernas y él me abrazó, lo sentí latir.

Por un momento pude verme desde fuera de mi cuerpo, los estertores recorriéndome desde la punta de los pies hasta la cabeza.

Mordió mi cuello y entre mis pechos, noté la corriente más frenética que nunca, me rodeaba la zozobra y se atoraba en una parte de mi garganta. Me aferré a su espalda pero sus ojos se iban difuminando, su boca ya no me sonreía y sus manos lentamente me dejaron ir. Grité, pero sólo un montón de burbujas me respondieron, estaba en la oscuridad, en la noche, volvía a flotar sola.

Después de eso, la muerte, la pequeña muerte...